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Somos conscientes del mundo que nos rodea a través de los sentidos y de la interpretación que realiza el cerebro de la información recibida. La visión nos aporta alrededor de un 80% de la información que llega al cerebro. En condiciones normotípicas, es el sentido más importante para la correcta adquisición de la lectura y, por ello, para el aprendizaje. Aprender a leer correctamente depende de muchos aspectos neuropsicológicos estrechamente relacionados con el sistema visual. Por ejemplo, la percepción visuoespacial del niño, el esquema corporal, el correcto desarrollo de la lateralidad y de la direccionalidad permiten dar comienzo a la lectoescritura alrededor de los seis años de edad. Es entonces cuando el sistema visual termina de desarrollarse y la agudeza visual suele alcanzar el 100%. A partir de los seis años empieza la etapa de madurez visual, en que se va consolidando el sistema para enfrentarse a las exigencias académicas. Esto no significa que no se pueda entrenar; todo lo contrario. La plasticidad cerebral nos permite mejorar nuestro sistema visual a cualquier edad.

Uno de los aspectos más influyentes en la lectura es el movimiento que tienen que hacer los ojos, es decir, la motilidad ocular. Cuando un niño presenta dificultades de motilidad es muy probable que su rendimiento escolar sea bajo. Por ejemplo, para poder leer correctamente, con un ritmo adecuado, sin omitir ni sustituir letras o palabras y con una buena comprensión, es necesario que los ojos sepan trabajar de forma conjunta, que sean capaces de realizar cambios rápidos y precisos en varias direcciones, y que los movimientos de seguimientos sean suaves y coordinados. Así, la información que llegue al cerebro será eficazmente procesada.
Cuando un niño dice que no le gusta leer debemos estar atentos a cómo lo hace, ya que el desinterés puede estar fundamentado en alguna dificultad de su sistema visual. Estudios que realizaron evaluaciones como las del “Programa de ayuda al desarrollo de la Inteligencia” (ADI, 2005) concluyeron que el 99% de los menores que tenían dificultades en la lectura se debía a problemas de motilidad ocular.

Los movimientos oculares, así como el sistema de enfoque (acomodación) y de convergencia, son fundamentales para que la información llegue correctamente a la retina y sea, posteriormente, procesada por el cerebro. Los llamados movimientos sacádicos consisten en pequeños y precisos saltos que realizan los ojos durante la lectura. Los ojos se mueven de izquierda a derecha y viceversa cuando se repasa o corrige una parte ya leída. Los lectores más lentos necesitan más movimientos de este tipo que los lectores más rápidos. En cuanto a la acomodación, se trata de la capacidad para enfocar nítidamente objetos a diferentes distancias. Esto también es fundamental para la lectura. Imaginemos a un niño al que las palabras se le enfocan y desenfocan constantemente, o que necesita acercarse mucho al papel para poder ver nítido. Finalmente, la convergencia es el movimiento conjunto que realizan ambos ojos para pasar de una visión lejana a una más cercana. Para converger y divergir correctamente es necesario que los músculos extraoculares y la acomodación funcionen de forma adecuada, en caso contrario, puede aparecer visión doble, fatiga ocular y lagrimeo, entre otros síntomas.

Desde la etapa infantil, ya sea en casa o en la escuela debemos estar atentos a la forma de leer de los niños que se inician en este proceso. Si detectamos algunos signos como no querer enfrentarse a la lectura, mover o inclinar la cabeza en exceso mientras lee, taparse un ojo, seguir la línea con el dedo, saltarse palabras o líneas; además de una lentitud anormal, pausas constantes, retrocesos, sustituciones u omisiones de varias palabras o letras, un ritmo muy variable o una deficiente comprensión lectora, es muy probable que el funcionamiento de su sistema visual sea incorrecto en las áreas que ya hemos comentado.

También es posible que el lector detecte y refiera síntomas como visión doble, fatiga, dolor de cabeza, que le “bailan las letras”, que le cuesta concentrarse o que no sabe muy bien qué se está explicando en clase.
Todos estos signos y síntomas alertan de un posible problema visual que conviene detectar a tiempo, sobre todo en el final de la etapa de educación infantil, que es cuando se adquieren las bases de la lectura. Ante una posible sospecha, es muy recomendable realizar un examen optométrico completo para prevenir que surjan problemas al pasar a la educación primaria.

Además de la exigencia académica, una correcta habilidad lectora ayuda a mejorar la concentración, favorece la imaginación y la empatía, desarrolla habilidades lingüísticas y nuevos conocimientos y, por supuesto, mejora el rendimiento escolar. La parte positiva es que en caso de que exista un problema de lectura asociado al sistema visual este se puede entrenar con diversos ejercicios muy fáciles de ejecutar, incluso para los más pequeños.